El otro día vino a cenar a casa un amigo. Somos amigos desde hace casi 20 años, hemos tenido nuestras épocas buenas y nuestras épocas menos buenas, hemos reído y llorado juntos, pero seguimos siendo amigos con nuestras virtudes y defectos. Estuvimos hablando de la amistad, no sólo de la nuestra, sino de cómo evoluciona según la edad que tienes, las circunstancias, el entorno, las otras personas… y de lo importante que es.
Últimamente, en nuestros círculos de amistades hay unas constantes en las conversaciones. La primera es que las relaciones de amistad que tenemos entre los adultos, no son las mismas que teníamos hace unos años ni las mismas que hay entre los niños. Las personas cambiamos, las circunstancias cambian y las relaciones que mantenemos con otras personas también. Nosotros hace diez años quedábamos todos los sábados por la noche en un pub Irlandés a compartir lo que nos había pasado esa semana, raro era el día en el que faltaba alguien, pero con el tiempo y el rumbo de vida de cada uno, fuimos dispersando esa costumbre. Ahora intentamos como mínimo vernos en nuestros cumpleaños, en el de los niños y una vez en verano, pero no siempre es posible. Es cierto que la relación no es como antes, pero sabemos que siempre estamos ahí para los demás, si sucede algo sabemos que podemos llamar y en un rato nos juntamos aunque no nos veamos ya todas las semanas porque cada uno tiene su vida y sus prioridades.
Hay épocas en las que sientes más afinidad por unas personas que por otras, que compartes más con unas personas que por otras, pero eso no significa que hayamos dejado de ser amigos, sino que nuestra relación ha cambiado, bien porque nosotros hayamos cambiado o bien porque nuestras circunstancias han cambiado. Nuestras prioridades cambian y las personas con ellas, de este modo, van fluctuando nuestras relaciones.
Hay un estudio muy curioso que habla sobre la amistad, sobre cuantas personas pueden ser realmente tus amigos y qué tipo de relaciones mantienes con las distintas personas de tu alrededor. Os recomiendo que lo leáis porque no tiene desperdicio, podéis leerlo aquí.
Otra de las constantes que se repiten en nuestras conversaciones es que, si hay algo que todos tenemos claro es que los amigos son una parte muy importante de nuestra vida, tanto de pequeños como de adultos. Las personas tenemos diferentes tipos de amigos y tendemos a clarificarlos, a ponerles etiquetas dependiendo del momento de la vida en el que nos encontramos. Por ejemplo, mis hijos de cinco años tienen un mejor amigo/a cada semana (por no decir que cada semana puede variar varias veces la persona que ostenta ese título) y también tienen amigos (básicamente cualquier niño con el que juegan en el parque y del que no saben ni su nombre). Es maravilloso ser niño, todo el mundo es tu amigo y tienes miles de amigos.
Yo nunca he sido persona de tener muchos amigos, pero también he pasado por la fase de llamar a todo el mundo «amigo» cuando era pequeña (incluso a los que me pegaban y se reían de mí cuando era pequeña en el colegio). Gracias a Dios, POR FIN MADURÉ. Conforme fue pasando el tiempo y gracias a mis vivencias, fui seleccionando cada vez más a mis amistades. Algunas relaciones de amistad se extinguieron por falta de dedicación y contacto por ambas partes. Descubrí que había personas a las que mejor tener bien lejos porque lo único que me aportaban era problemas o dolor, las «personas tóxicas» (un término que, por cierto, no me gusta nada y está muy de moda hoy en día), a las cuales decidí invitar a salir de mi vida rápidamente. Curiosamente, a muchas de ellas las había considerado «amigos de los buenos», incluso «mejores amigos» durante muchos años.
Una vez más tuve que darle la razón a mi padre, «los amigos se pueden contar con los dedos de una mano».
La amistad es fundamental para el desarrollo social de los niños, para que sean conscientes de sus emociones y sentimientos. La amistad, como todo, tiene sus etapas y es el terreno perfecto donde poder resolver conflictos, aprender a comunicarse y tomar decisiones mientras juegan y se divierten. Muchas veces sentimos la necesidad de intervenir y resolver los conflictos que surgen entre nuestros alumnos, nuestros hijos o entre nuestros hijos y sus amigos, pero creo que les hacemos un flaco favor muchas veces al intervenir porque estamos impidiendo que aprendan la importancia de cuidar al otro, de cuidarse ellos mismos, de aprender a defender su postura, de aprender a escuchar a los demás, de descubrir sus emociones y las de los demás y de entablar una conversación para resolver una situación determinada.
Obviamente si hay un peligro, si alguien se puede hacer daño, ahí no podemos quedarnos mirando y pensando «a ver cómo lo resuelven solos», ahí hay que intervenir, pero en el resto de ocasiones considero que es importante aprender a apartarnos, dejarles espacio y observar. Esto no es fácil, como adultos estamos acostumbrados a solucionar los problemas que surgen, a ayudar a los demás, a intervenir, pero observar y acompañar sin decir nada y sin juzgar… esto es lo realmente complicado.
Para que nuestros hijos sean capaces de discernir en un futuro quiénes son sus amigos y quienes no, deben poder tomar decisiones desde pequeños, deben saber distinguir entre una buena decisión y una mala decisión pero, sobretodo, deben tener la oportunidad de equivocarse. Tomando decisiones es como se aprende a decidir, es como se aprende a discernir si una decisión es buena o mala. Nuestro papel como padres y educadores es acompañar a los niños, cuidarlos y asegurarnos de que tienen la suficiente seguridad en sí mismos y en nosotros como para saber que, si se equivocan, les vamos a querer igual. Si tienen la libertad de elegir a sus amigos cuando son pequeños, serán capaces de elegir a sus amigos cuando sean mayores, unos buenos amigos que les acompañen y les ayuden a crecer como personas, que les respeten y les quieran, que les cuiden… y esto es muy importante porque si sufren bullying o se juntan con personas que quieren hacerles daño, ellos sabrán decir NO y podrán acudir a nosotros para que les ayudemos y, esto, es lo más importante, que los niños se sepan queridos y seguros.
¿Vosotros qué opináis?¿Creéis que es mejor dejar que los niños elijan a sus amigos aunque pensemos que se están equivocando o es mejor que nosotros «mediemos» para que elijan como a nosotros nos gustaría?
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